En la mayoría de las ocasiones cuando la depresión entra por la puerta de la vida de las personas por la ventana de esa vida salen las alegrías, ilusiones, e incluso las ganas de vivir. Estamos hablando de un trastorno del estado de ánimo que afecta en la actualidad a más de 2 millones de personas en España, y más de 125 millones de personas en el mundo.
Si ahondamos en la sintomatología de este trastorno, aparece de manera indefectible una profunda e intensa tristeza rodeada de melancolía, desanimo, apatía etc... La persona no ve ningún signo positivo en el futuro y toda su vida se tiñe de desesperanza. Estamos principalmente ante un problema de percepción en el cual, la distorsión cognitiva hace que se sienta culpable, inútil, carente de valor y, en definitiva, con su autoestima reducida a la mínima expresión. Esto casi siempre viene acompañado de síntomas físicos como dolores de diversa localización, cansancio, perdida de motivación sexual o insomnio. La última pata de esta silla de la depresión la conforma el total desinterés por actividades placenteras, la tendencia al bloqueo y una interacción social altamente reducida que provoca que las relaciones interpersonales prácticamente desaparezcan. Los únicos “amigos” que atraen a la persona con depresión, son la cama, la soledad y la oscuridad.
Existe un perfil de personalidad tendente a la depresión, conformado por un patrón de perfeccionismo y meticulosidad exagerada, introversión, orden patológico excesivo, presencia de esquemas rígidos y un fondo obsesivo.
Es importante tener en cuenta que existen dos tipos de depresión: Una depresión de origen biológico o endógena, y otra depresión de origen reactivo o exógena, que afecta a tres de cada cuatro personas con depresión, y que tiene su origen en experiencias de frustración, tensión mantenida, situaciones difíciles y conflictos no resueltos.
El primer paso para abordar este trastorno del estado de ánimo es asumir que “la pastilla” no es en absoluto la solución a nuestra depresión. Los mal llamados antidepresivos no curan la depresión, no atacan la causa de la depresión sino , más bien, inciden sobre la sintomatología de manera importante y nos permiten abordar cambios que SI pueden hacernos salir de ese pozo llamado depresión. Por lo tanto, en ocasiones es necesario empezar nuestra recuperación con un tratamiento farmacológico, pero mantenido el mínimo tiempo necesario para implementar cambios en nuestra vida necesarios para revertir esa situación desagradable. Ni que decir tiene que dicho tratamiento debe de ser pautado y seguido por un profesional, en este caso, un psiquiatra, el cual recomendará la dosis adecuada, así como las pautas de retirada. Mientras que con ayuda de otro profesional, en este caso un psicólogo, es fundamental abordar a través de la psicoterapia, todos los cambios que nos llevarán a vencer a la depresión.
El segundo paso es tener claro que la depresión se cura, que es posible recuperar esa vida de ilusión y de ganas de vivir.
Daniel López, psicólogo voluntario del Teléfono de la Esperanza de Asturias