Desde que un 26 de julio de 1998 Mensajeros de la Paz introdujo el Día de los Abuelos, se celebra su día en nuestro país, coincidiendo con la fiesta de san Joaquín y santa Ana, abuelos de Jesús. Y el 1 de octubre la ONU se suma con el Día Internacional de las Personas de Edad para concienciar también sobre lo esencial de su figura y función social. Por ello, como abuelo y viejo (lo prefiero al eufemismo “mayores”), además de voluntario del TE, haré unas consideraciones sobre el particular.
¿Qué sucede al envejecer?
- a) Con la edad uno se vuelve más “cauto”, lo que no equivale a “desconfiado”, pues de serlo ya viene de antes.
- b) Suele envejecerse según se ha sido, por lo que es injusto y falso asimilar viejo a gruñón, tacaño o insoportable.
- c) El torrente vital se ha decantado y quizá enriquecido con un poso de sosiego y equilibrio. En suma, los abuelos suelen ser prudentes y juiciosos, aunque, como todo ser humano, no son perfectos. Son abuelos y eso importa más que cualquier calificativo: el sustantivo tiene mayor valor que el adjetivo. Así que añadiré algo más.
Además de padres de los jóvenes papás, son garantes de la tradición familiar e incluso testigos de la historia humana: “lo que el viejo ve por estar sentado, no lo percibe el joven que está de pie”, dice un proverbio bambara. Asumen la función -a veces ambigua, pero fundamental- de velar por los más pequeños y/o desvalidos de la familia. Los abuelos “están ahí” en momentos de crisis, aportando apoyo instrumental (cuidados, dinero, etc.) y tal vez sobre todo emocional. Son un factor de equilibrio y sostén, y nunca se ponderará suficiente su “estar”, categoría básica que garantiza su “ser” y su “hacer”. Aunque sea obvio decir eso, la pandemia que sobrellevamos hace más necesario y justo proclamarlo. Quienes estuvieron en la vanguardia de nuestra llegada al mundo, han estado también en primera fila ahora, como si fueran “escudos protectores”. Les debemos reconocimiento, veneración, gratitud y cariño. Pero aún quiero rescatar un par de cosas.
Quizá se piense que, alcanzada cierta estabilidad personal, social y económica, no necesiten más, salvo ambulatorio y farmacia. No es así. Los abuelos quieren serlo y ejercer de tales. Y eso supone acceso al “estar”, algo que no siempre sucede: unas veces porque rupturas en las parejas les alejan dolorosamente de los nietos y otras por cargarlos con una tarea que les sobrepasa. Por fortuna creo que predomina lo positivo: abuelos queridos que acompañan y son acompañados, sostienen y son sostenidos, a la vez que pasan el testigo a la generación siguiente. Su “estar” ha de ser respetado y cuidado con esmero.
Finalizo con una especial mirada a los abuelos dependientes. Ellos también han sido y son “escudos protectores”. Jamás han de ser pensados ni tratados como “objeto” de cuidados, sino como “sujetos” de tales cuidados, pues la cualidad de persona no reside en la mayor o menor capacidad de valerse por uno mismo. Por ello, reivindico para ellos idéntico valor que para el abuelo autónomo.
Fernando Albuerne López
Voluntario del TE