Nuestra mente juzga y etiqueta todo lo que percibe. Esto es bueno, me gusta. Esto es malo, lo rechazo. Esto es indiferente, lo ignoro. Se trata de un funcionamiento que facilita una cierta economía a la hora de movernos en la vida. Estos juicios se basan en aprendizajes previos, ya procedan de la experiencia propia o de la observación de la conducta ajena.
Diariamente nos movemos con juicios. Esto nos permite “ir más rápido”. Algo entra en nuestra mente, se categoriza -bueno, malo, neutro-, y reaccionamos automáticamente tal como resulta de nuestra programación.
El problema de los juicios, cuando estamos escuchando, es que no todas las personas tenemos la misma programación, por eso resulta conveniente intentar observar lo que sucede con una actitud más abierta, procurando no incorporar juicios, solo así podremos escuchar de verdad lo que nos están comunicando. Solo así podremos acercarnos un poquito a la experiencia de otra persona.
Debemos a Ramón de Campoamor la expresión: “En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.
Cuando en la comunicación incorporamos juicios sobre la otra persona (sus pensamientos, sus emociones, sentimientos o conductas), producimos un mayor impacto emocional y, corremos el riesgo de romper la necesaria confianza y apertura para lograr relaciones significativas.
¿Qué debemos tener en cuenta?
- El juicio en ocasiones sirve para discriminar (esto es oro o no es oro). Este juicio no tiene trascendencia, en general, en la comunicación. La cuestión es cuando el juicio implica evaluar si algo es bueno o malo.
- Los juicios de bueno o malo están en la mente de quien observa.
- El juicio puede implicar un rechazo hacia la experiencia de la otra persona y de ese modo, la comunicación fracasará.
¿Qué podemos hacer para intentar comunicarnos sin juicios?
- Observa sin hacer valoraciones de bueno o malo. Fíjate en los hechos. Focaliza tu atención en “qué”, no en si es “bueno” o “malo” “terrible” o “maravilloso”, si “debería” o “no debería”, ser así.
- Reemplaza los “deberías” con la descripción de lo que sientes o deseas. Separa tus opiniones de los hechos, del “quién”, “qué”, “cuándo” y “dónde”. Reconoce cuándo hay sufrimiento en la comunicación que nos llega, pero no juzgues a quien lo comunica.
- Finalmente, cuando te sorprendas a ti mismo juzgando, no te juzgues sobre el hecho de que estás haciendo juicios.
Ejercicios:
- Cambia los juicios por afirmaciones basadas en hechos.
- Cambia las expresiones faciales y el tono juicioso.
- Mientras escuchas, date cuenta de si llega un juicio a tu cabeza. Símplemente di para tí: “un juicio apareció por mi mente” y retorna de nuevo a escuchar con atención.
- Practica, practica y practica.