A nadie sorprende que antes del verano nos preocupemos por cuidar nuestra línea realizando dietas de adelgazamiento o elaborando platos más saludables (la popular “operación bikini”). De la misma forma, cuando finalizamos nuestras vacaciones y nos incorporamos a nuestra rutina diaria, nos inquietan los excesos culinarios que realizamos durante las mismas, retomando por tanto la tarea de ponernos manos a la obra en la preparación de comidas más ligeras y ordenadas. Vacaciones es sinónimo habitualmente, en cuanto a alimentación se refiere, a comer rápido, en restaurantes o bares, en lugares poco comunes como en la playa o el campo, a no dedicar tiempo a la planificación y elaboración de menús, etc. Actuaciones que terminan para muchas personas, reflejándose en pesadez, trastornos gastrointestinales o aumento de peso entre otros.
No obstante, con una serie de sencillas pautas, conseguiremos efectuar una alimentación más sana, fácil y equilibrada, que nos permitirán disfrutar mejor del verano.
Las verduras, hortalizas y frutas constituyen sin duda, uno de nuestros platos estrella por numerosas razones: aportan gran cantidad de agua para refrescarnos e hidratarnos adecuadamente; en cuanto a las verduras y hortalizas, son por norma general alimentos poco calóricos, lo que nos permite servirlos como plato principal de comidas y cenas; la preparación en ensaladas o al vapor es sencilla y rápida, consiguiendo además aprovechar numerosos nutrientes. Las frutas resultan un excelente recurso para presentarlas como postres o como ingredientes de ensaladas.
Actualmente podemos encontrar una variada oferta en restaurantes y hoteles de cartas saludables, desde menús con ingredientes ecológicos hasta platos vegetarianos o adaptados a patologías comunes, y en su defecto, en la mayoría de los establecimientos de comidas, podemos recurrir a la ensalada mixta (u otras ensaladas) como primer plato o solicitar segundos a la plancha y fruta o yogur de postre.
Si optamos por bocadillos para llevar a la playa o al campo, podemos valernos de pan integral como base, y de embutidos de calidad como los ibéricos que nos aportan grasas más saludables, o de tentempiés ligeros empleando fiambres o quesos desnatados.
Consideración aparte merecen los líquidos, por la trascendencia que para nuestra salud tienen fundamentalmente en estaciones calurosas. El agua supone la elección más idónea (embotellada si viajamos a lugares donde no ofrezcan garantías), sin embargo también contamos con la posibilidad de bebidas naturales como zumos, limonadas caseras o licuados, como alternativa a las bebidas alcohólicas o muy azucaradas.
Resaltar por último que el aceite de oliva virgen extra o la diversidad de granos, frutas y verduras de temporada, como muestra de los muchos componentes de nuestra dieta mediterránea, nos confiere variedad, salud y sabor.
Azucena García
Psicóloga, Técnico en Dietética y Nutrición y voluntaria del Teléfono de la Esperanza en Asturias