El otro día, de pronto, me di cuenta de que había perdido el móvil. Estaba en otra provincia así que me inquieté. Era de noche y me encontraba en la habitación del hotel. No había muchos sitios donde buscar. Busqué en el bolso, unas tres veces, sobre la mesa, en el aseo, en las mesillas y en suelo. Tras unos momentos de mirar y remirar a mi alrededor sentada en la cama, me rendí y llamé a la compañía de teléfonos para cancelar el número y evitar males mayores. Los llamados “dispositivos móviles” tienen vida propia y su pérdida nos llena de angustia.
Finalmente me acosté. No lograba conciliar el sueño, de modo que di unas cuantas vueltas en la cama. En una de esas vueltas mi mano cayó sobre algo duro. Lo palpé… “Debe ser el mando de la televisión”, pensé. Lo volví a palpar y noté que era más pequeño. “!El móvil!”. Rebusqué entre la colcha y ahí estaba. En el sitio en el que lo había dejado algunas horas antes.
A la mañana siguiente, me di cuenta de que al buscar solo comprobé los lugares habituales y comprendí que algo así nos pasa en la vida cuando “buscamos” algo; Serenidad, armonía, felicidad, amor… Recurrimos a lo conocido. Nuestros pensamientos se mueven incesantemente siguiendo los patrones de lo aprendido. De este modo, realmente, la búsqueda no puede traernos lo que hemos perdido. Por definición, si está perdido ha de encontrarse en algún lugar “no conocido”.
Cuando sientas que en tu vida algo está perdido, posiblemente te invada el desasosiego y la inquietud. En esa sopa mental, tus pensamientos te llevarán a lugares conocidos y comunes porque es ahí donde nos sentimos más cómodos. Ya sabes… la zona de confort que no queremos abandonar. Darás unas cuantas vueltas, como yo en la cama del hotel, hasta que al final te rindas e involuntariamente la solución esté en tu mano, tal como mi mano me llevó al móvil.
La próxima vez que pierdas algo, algo importante para tu vida, para tu bienestar… puedes dar unas cuantas vueltas primero, pero cuando cesen tus pensamientos de ansiedad por encontrarlo, vendrá algo nuevo. Puede llegar desde un sitio en el que no pensaste. Puede venir del sitio en el que siempre estuvo, eso nos pasa. O puede ser que no encuentres lo que buscas. Si este es el caso, abre tu mano para recibir lo que llegue.
Cuando busques esas cosas perdidas del alma, sea como sea, abre tu mano y tu corazón. La sensación de falta o de carencia nos llena de inquietud, limita la búsqueda verdadera y, aún peor, cierra nuestras manos. Con las manos cerradas llegue lo que nos llegue nunca podremos tomarlo. Si podemos aceptar la pérdida llegará… la serenidad y la compasión.
Beatriz Menéndez Crespo, voluntaria del Teléfono de la Esperanza de Asturias