Dada la alta frecuencia de la violencia de género, y teniendo en cuenta que de acuerdo con las estadísticas el tiempo medio transcurrido entre la primera agresión y la ruptura de la relación con el agresor está en torno a los 10 años, la probabilidad de que nos encontremos con que un mujer de nuestro entorno está sufriendo este tipo de violencia es, por desgracia, muy elevada.
Se suele entender la violencia de género como un problema individual de mujeres con un perfil psicológico determinado, con baja autoestima, bloqueadas emocional e intelectualmente, sumisas, indecisas... pero estas características son el resultado de las agresiones sufridas y no la causa de que estas agresiones hayan tenido lugar.
Por eso no es raro que las víctimas se tengan que enfrentar a todo tipo de críticas y juicios que de un modo u otro las culpan por lo que está pasando: “eres tonta, yo no se lo habría consentido”, “mujer, es que hay que saber tratarlo”, “eso se veía venir”, “¿por qué no denunciaste antes?” o “si te vuelves a acercar a él, a mi no me llores”... son sólo algunos ejemplos del “apoyo” que en ocasiones prestamos.
Sin embargo si nos paramos a pensar que cualquier ruptura sentimental suele requerir un tiempo, y sumamos a esto los sentimientos de miedo (al agresor, a no ser capaz de afrontar su nueva vida, a estar sola, a lo que pueda pasar cuando sus hijos visiten al agresor sin estar ella presente...) y de vergüenza (por no haber sabido mantener la armonía en su casa, por haber consentido, por haber perdonado o por no haberlo hecho, por no haber sabido cambiarle, por no haber sido capaces de protegerse...) entre otros muchos, quizás nos sea más fácil comprender por qué no se marcha “al primer bofetón”, o al primer insulto.
Pero el hecho de entender lo que está pasando no evitará nuestros sentimientos de rabia, dolor, impotencia o frustración, por lo que no está de más que valoremos la necesidad de contar con ayuda para sobrellevar una situación que se puede prolongar en el tiempo y de la que también, en cierto modo, estamos siendo víctimas.
Así, la mejor ayuda que podemos prestar es prepararnos para hacerle ver a nuestra amiga/hermana/vecina/compañera de trabajo... que estamos ahí y que estaremos ahí pase lo que pase, sin cuestionar, reprochar o juzgar sus decisiones, centrándonos en ella y sus necesidades, y que por doloroso e incomprensible que nos resulte respetemos sus plazos en el proceso que la llevará de víctima a superviviente, sin apartarnos de ella.
Silvia Menéndez Duarte, psicóloga, bombera y voluntaria del Teléfono de la Esperanza de Asturias