«M» se arranca a hablar: una torrentera sin más lógica que el sentimiento, el intuirse depositaria de una historia. Casi no recibe visitas, pero imagina visitantes. Perviven miedos de siempre; acampan viejas querencias, ahora deformadas, fantasmas de inusitado realismo.
La confusión gana terreno, y su pensamiento se disuelve vertiginoso. Pero también la alegría salta a sus ojos, la sorpresa a su cara, la gratitud a sus besos. En lugar esencial, sus rezos: reza sola, a su ritmo, y con los suyos, al compás posible: cada día más breve, más inocente, más menudita. La vida declina implacable y a la vez mansa. Recoge la familia los últimos retazos de su existir: como nunca abre su “libro” y les permite mirar, escuchar, sentir. La inocencia ha regresado, ya definitiva. Tiempo privilegiado para acariciar su candor de nueva niña, lista para viajar a la otra orilla, persuadida que un gran amor le espera, aunque a veces le impresione doblar la esquina.
¿Qué hacer cuando, soltando amarras, los mayores avanzan mar adentro entre la niebla? Se alejan apenas viéndonos, hablan sin casi conocernos, extienden su mano sin sujetarnos, aunque acaso tratemos de retenerlos.
No conozco otro idioma que el del corazón, otra lógica que la del amor, otro lazo que la libertad. Es hora de acompasarse a su paso más que empeñarse en ubicarlos en el aquí y ahora; de acoger sus sentimientos más que pasarlos por el filtro rígido del raciocinio; en sentirlos más como sujetos que como objetos pensantes; acompañarlos como personas y no solo cuidarlos como enfermos. Sugiero ahora algunas indicaciones en orden a la comunicación...
- Siéntese frente a él/ella, a su mismo nivel: captará mejor su atención y le dará seguridad
- Escúchele con los ojos, intensamente (el lenguaje no verbal nos desvela más que el verbal)
- Llámele por su nombre, háblele suave y pausado, hágalo como al adulto que es, sin paternalismos (no comprenderá la letra, pero lo que es la “música”…)
- Gesticule sin brusquedad, que palabra y ademán coincidan; muestre tranquilidad, no tenga prisas (acompañamiento y cuidado caminan por las veredas del sosiego y la parsimonia)
- Acarícielo, tóquelo (el tacto alcanza donde otros registros no llegan), según él/ella lo acepte
- No discuta; dígale las cosas en positivo, evite el “no”.
- La vejez, máxime si el desvalimiento se ha instalado, es tiempo de soltar (tarea ardua para ellos), y de acompañar para quien los cuida (reto no menor). Cuidar es importante, acompañar es esencial. No todo cuidado acompaña, pero todo acompañamiento cuida. Si de verdad se hace compañía, claro.
Fernando Albuerne López, psicólogo y voluntario del Teléfono de la Esperanza en Asturias 985 22 55 40