Hay relojes que, como una advertencia, llevan escrita en la esfera la vieja expresión “tempus fugit”. Y es que el tiempo se desliza tan veloz y nos acosa con tal urgencia que acaba por distraernos de lo importante, desterrarnos de nosotros mismos y hacernos insensibles a los demás. Como si la prisa fuera un componente más del ADN humano, se tiende a reducir el tiempo a mera cronología (“kronos”) y se oculta su condición de oportunidad (“kairós”), haciendo del vivir un galopar alocado y un engullir las horas sin saborearlas. Así, la vida se torna insípida y tediosa. Incluso los momentos dedicados al silencio y la quietud son invadidos por el ruido y el vértigo, como si fuéramos cada vez más incapaces de vivir despaciosamente. En cambio, al observar la naturaleza, uno siente que hay períodos de indolencia y quietud junto a otros de prontitud y celeridad, alternando saludable y gozosamente el hacer y no-hacer. Así que, ante el delirio de la acción, del agitarse y el hablar, es imprescindible abrirse al oasis de la quietud, la lentitud y el sosiego. Todas las desgracias, decía Pascal, provienen de la incapacidad de estar un rato cada día a solas en la habitación. Como preveo que aplicarnos ese antídoto precisará de alguna ayuda, sugiero acudir a un santo “de la literatura”.
Un antiguo profesor mío, que sabe mucho de santos, los clasifica así: Los santos oficiales, los de carne y hueso que uno trata cada día y “los santos de la literatura, personajes modélicos a los que quisiera parecerme. A los oficiales los venero; a los de carne y hueso los quiero; a los de la literatura los sueño”. El que propongo pertenece a los terceros: Beppo, el barrendero de Momo, la conocida novela de Michael Ende, y lo describe así.
«Cuando Beppo barría las calles, lo hacía despaciosamente, pero con constancia; a cada paso una inspiración y a cada inspiración una barrida. Paso-inspiración-barrida.
A veces tienes ante ti una calle larguísima, tan terriblemente larga que nunca crees que podrás acabarla. Y entonces empiezas a darte prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo; al final, estás sin aliento. Y la calle sigue estando por delante.
Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez. Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente. De repente uno se da cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente. Uno no se da cuenta cómo ha sido y no se está sin aliento».
A ese modelo de calma y parsimonia ha dedicado mi profesor una oxigenante oración (hay quien la reza a diario):
San Beppo el barrendero, ayúdanos a pensar sólo en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca más que en la siguiente.
Fernando Albuerne López, voluntario del Teléfono de la Esperanza en Asturias.