Poco a poco vamos viendo como algunas de las restricciones implantadas como consecuencia de la pandemia se van levantando y empezamos a ver luz al final de túnel de esa ansiada normalidad.
Por el camino se han quedado muchas personas, muchas historias personales, muchas experiencias, mucho sudor y no pocas lágrimas, y añadido a todo lo anterior una sensación de agotamiento imperante en toda la sociedad que nos ha afectado física y sobre todo anímicamente.
Hemos tenido que llorar muertos que no estaban presentes, UVIs y habitaciones de planta inaccesibles, fiestas y reuniones familiares aplazadas sistemáticamente, en fin, situaciones que hace tan solo unos años, las atribuiríamos sin duda a la ciencia ficción, y que han generado un torrente de emociones y sensaciones que se movían entre la incertidumbre y la desesperanza, entre la falta de control y la indefensión aprendida, en definitiva instalados en un futuro incierto y una fatiga pandémica.
Nos hemos encontrado con sintomatología diversa que se ajustaban a patrones muy definidos como nerviosismo, ansiedad, sensación de sentirse al límite, falta de motivación y atención, con la presencia continua de la tristeza y preocupación, derivando en muchos casos en conductas disfuncionales relacionadas en muchos casos con mal uso y abuso de tecnologías, sustancias tóxicas, fármacos, alimentación o sueño, entre otras, además de otros síntomas psicosomáticos.
Todo esto nos ha llevado a reaccionar, en ocasiones de manera disfuncional desarrollando conductas como:
.-La habituación conductual.
Aparece la “ilusión de invulnerabilidad”. Si no me he contagiado hasta ahora, puedo relajarme y tranquilizarme.
.-Tendencia al aislamiento.
Huir de las noticias, no hablar del tema, paralizar actividades de ocio que eran gratificantes, desarrollo de «pensamientos mágicos», a la espera de que venga alguien a salvarnos.
.-Excesivo control.
De manera totalmente contraria a la anterior, nos encontramos con personas obsesionadas con una seguimiento continuo de la evolución de la pandemia, personas inquietas y ansiosas, con un seguimiento exhaustivo de las normas dictadas y una necesidad de control de todo su entorno.
.-Orientación a la negación.
Algunas personas optan por «un pensamiento paralelo». No existe realmente el problema y no tengo porque preocuparme.
En definitiva, siguiendo el modelo de la teoría nuclear de Hans Selye (1956), el denominado Síndrome de Adaptación General de Selye, aplicado al tema de la pandemia, se basa en la respuesta del organismo ante una situación de estrés ambiental distribuida en tres fases o etapas:
1.- Fase de alarma. Ante la percepción de una posible situación de estrés, el organismo empieza a desarrollar una serie de alteraciones de orden fisiológico, psicológico (ansiedad, inquietud, etc.) que predisponen a la persona para enfrentarse a la situación estresante.
2.- Fase de resistencia. Supone la fase de adaptación a la situación estresante. En ella se desarrollan un conjunto de procesos fisiológicos, cognitivos, emocionales y comportamentales destinados a «adaptar la situación de estrés, de la manera menos lesiva para la persona.
3.- Fase de agotamiento. Si la fase de resistencia fracasa, es decir, si los mecanismos de adaptación no resultan eficientes, se entra en la fase de agotamiento donde los trastornos fisiológicos, psicológicos y psicosociales tienden a ser crónicos o irreversibles. Es la fase en la que muchas personas se ven inmersas, dos años después de iniciarse la fase de alarma.
Por eso, ahora que ya estamos en ese momento previo a la normalidad, en el que vemos que, por fin, esta pesadilla puede estar llegando a su fin, tenemos que normalizar las conductas previamente indicadas siguiendo una serie de pautas que nos pueden ayudar de manera notable en ese restablecimiento de la “nueva normalidad”.
- Disminuir nuestro estado de continua alerta, adecuándolo a la situación objetiva y realista que se vaya presentando, sin exageraciones ni relajaciones.
- Manejar la “difusión cognitiva”, preguntándonos si esos pensamientos que nos crean inquietud y desasosiego los contemplo como lo que son, pensamientos, o los elevo a la categoría de hechos irrefutables de la realidad.
- Cuidar nuestra alimentación y descansar y dormir adecuadamente.
- Realizar actividad física, a ser posible al aire libre
- Limitar la información a lo mínimo imprescindible para estar al corriente de la actualidad sanitaria.
- Hacer alguna ruta sencilla de senderismo que nos conecte con la naturaleza
- Ser consciente de tus fortalezas y posibilidades
- Y sobre todo vive la única realidad que existe... EL PRESENTE
Daniel López García, voluntario del Teléfono de la Esperanza de Asturias